No me cabe la menor duda de que Colón era genovés. Así lo escribió él mismo en su Mayorazgo. Así lo catalogaron unánimemente la mayor parte de cronistas de su época. Los que no lo hicieron, utilizaron el adjetivo milanés o italiano que englobaba el término genovés.
De no haber sido genovés de verdad, ni Colón ni sus allegados hubiesen recurrido a dicha denominación. Era la peor tarjeta de visita que se podía utilizar en la corte de Fernando el Católico. Los reyes de Aragón mantenían una guerra con la República de Génova desde 1324 por la posesión de Córcega y Cerdeña. Esta contienda no terminó hasta que el emperador Carlos V ascendió al trono imperial.
Durante el reinado de los Reyes Católicos, los genoveses estaban expulsados de la Corona de Aragón y habían sido declarados enemigos de Castilla. Par hacernos una idea de su inconveniencia, la opinión sobre un genovés en la corte de Fernando el Católico sería similar a la generada si, en la actualidad, el presidente de EE.UU. recibiera a un miembro de Al-Kaeda en la Casa Blanca, lo alojase, lo financiase y, encima, le encargase la misión más delicada de la NASA.
Colón, por fuerza, tenía que ser genovés. La cuestión es: ¿de qué parte de Génova?